S.
07 de abril del 2020
Unx autorx anónimx nos ha compartido el siguiente escrito a propósito de la escritura en tiempos de la cuarentena.
Varias veces he intentado escribir este texto. Lo he comenzado una y cien veces en mi cabeza. He intentado desesperadamente escribir algo, por escribirlo, porque siento que es mi deber; porque nuestra labor como cognitarios, como proletarios de la episteme, ha sido desde la antigüedad escribir. Materializar lo inútil, no hacer barcos ni guerras, ni zapatos, pero de algún modo decir por qué es necesario hacerlo o no hacerlo sin que a nadie le importe. No es necesario hacer una reflexión sobre la muerte para fallecer y la pregunta por el suicidio no es la más importante. No pensamos en la muerte todo el tiempo, si así lo hiciéramos la neurosis no nos permitiría dar un solo paso, de modo que este pensamiento parece ser simplemente metódico o necesario para vender libros de poesía y de existencialismo. Por tanto, nuestra labor parece ser construir castillos con palabras y mirar desde su torre más alta—con la firme convicción de esta que existe y que somos sus reyes prometeicos— a los pobres seres humanos comunes y corrientes. Poco más que animales, simple materia de análisis o, en el peor de los casos, los cuerpos que van a morir por la revolución que solamente teorizaremos.
Lastimosamente, esto no es así. Somos simples obreros, obligados a producir en serie textos que den cuenta de una necesidad estatal o económica. Preguntarnos por el concepto, reconstruir rigurosamente y con base en una pequeña e insignificante oración, qué quiso decir un autor con una palabra dispuesta en ese lugar. Esto, porque nosotros mismos no somos autores, cuando más, anhelamos con ser investigadores y que “nos paguen por leer”. Escribir una gran cantidad de artículos sobre cosas que a nadie importan para lograr una calificación dentro de un ranking. Eso puede darnos una beca, es importante. Escribir, escribir y vomitar palabras en serie con frases cortas y digeribles o con subordinadas interminables—como hegeliano fetichista—para subir de escalafón. Escribir un texto sobre la percepción que Benjamin tenía sobre el progreso para progresar en la escala académica. Somos el ángel de la historia de Paul Klee ¡Sapere aude!
Así, del mismo modo, siendo víctima y perpetuador del circulo absurdo del cual me estoy quejando, escribiré. Desde que inició la cuarentena he intentado escribir solo y acompañado, también intenté escribir poesía, guiones cinematográficos, ensayos sobre literatura… no he escrito nada. Ante cada intento de productividad emerge cual misoprostol una pregunta bicéfala que aborta de raíz cualquier ilusión de plasmar en el papel algo, lo que sea. La primera cara de la pregunta es ¿Para qué escribir? Y la segunda ¿y yo quién me creo para escribir? La verdad es que no hay respuesta para ninguna de las dos, o bueno, sí: 1) para nada y 2) nadie. Definitivamente no tengo nada interesante que aportar. De este modo, avizorando precipitadamente la conclusión de un texto que en el mejor de los casos no será escrito, opté por el silencio. Transcurría la cuarentena y yo insistía en que no decir nada era la mejor forma de resistir contra ese deseo capitalista de producir. Contra ese demonio que me obligaba a escribir algo, optaba por no escribir nada. Una forma bastante romántica de justificar mi pereza, mi cobardía y, sobre todo, mi egocentrismo.
Hasta hace poco consideraba como magistral el modo en que Wittgenstein concluía el prólogo a las Investigaciones Filosóficas: “Me hubiera gustado producir un buen libro. Eso no ha sucedido; pero ya pasó el tiempo en el que podría haberlo mejorado” (Wittgenstein, 2009, pág. 163) . Pedir disculpas al inicio de todo lo que se haga parecería ser lo más sensato que uno podría hacer: “Me hubiera gustado ser un buen novio. Eso no ha sucedido; pero ya pasó el tiempo en el que podría haberlo mejorado”. Es maravillosa la manera en que Wittgenstein nos propone algo que muy pocos filósofos han hecho desde que existe la filosofía; otorgarnos un uso real y efectivo de su pensamiento.
Esta forma, por magistral y aurea que pueda parecer, también tiene sus peros. Increíblemente tiene sus peros. Concebir la escritura desde el ámbito de la producción, hace que nuestro trabajo sea remunerado y cuantificado con puntajes y escalafones, algo maravilloso. Sin embargo, excusarse por una producción que apenas va a entrar al mercado, no parece ser una técnica publicitaria muy lucrativa. ¿cómo consumir algo que su autor mismo considera insuficiente? ¿Podría ser tan ilógico el padre de la lógica contemporánea? Pues no. Propongo hacer un cambio en los términos, concebir la escritura como creación y no como producción. Este cambio altera semántica y sintácticamente la oración, parece anular su naturaleza contradictoria, pero esta anulación no la salva, por el contrario, la descalifica.
¿Será posible pensar la escritura en estos tiempos de cuarentena y mercado cómo creación? ¿No sería algo arrogante y desacertado? ¿Por qué sentirse calificado para ser un demiurgo? ¿De dónde nace la autoridad para decir que se hace algo nuevo en un contexto en el que todo parece estar inventado? Nietzsche afirma una posición completamente adversa a la del ingeniero vienés: “Ninguna cosa en la que no intervenga la petulancia sale bien” (Nietzche, 2001, pág. 31) . Definitivamente me parece más sensato en este momento decir que es mejor hacer las cosas pretendiendo creerlas, aunque se sepa que hay una tendencia inevitable al fracaso. Escribir para el fracaso y no para abarcar todas las posibilidades. Hacer una torre frágil para su pronto derrumbamiento. Asumir el fracaso como mantra y filosofía de vida. “Este pequeño texto es una gran declaración de guerra” (Nietzche, 2001, pág. 32) . No pedir disculpas precipitadas, ni pretender la universalidad y la perpetuidad con nuestro escrito. Que sea la falibilidad el principio rector de nuestro actuar, que la sensatez sea aceptar que somos insensatos y que la verdad solo existe en las películas de Disney.
La escritura en los tiempos de la cuarentena no es el espacio para producir, ni la
sublimación de la angustia que genera el encierro. Es una excusa para fracasar alegremente.
Abril 06 2020
Referencias
Nietzche, F. (2001). El crepúsculo de los ídolos. Madrid: Alianza Editorial.
Wittgenstein, L. (2009). Tractatus logico-philosophicus; Investigaciones filosóficas; sobre la certeza. Madrid: Gredos.